Rostro de niño añoñado, consentido. Ojillos vivaces e inteligentes, perilla de manzana fresca. La sonrisa amable se le dibujaba en los labios formándole dos hoyitos en los pómulos, irradiando al interlocutor seguridad y comprensión. Una cierta impaciencia le estresaba el rictus cuando las cosas no iban conforme a lo esperado. Objetivos claros, definidos, dominio de la escena. Justo como opera el diestro fotógrafo que capta los elementos, los compone en su estética óptica, y los plasma sobre la película con la apertura del diafragma al disparar, click, dejando que la luz penetre dosificada en las intimidades de la cámara.
Le conocí en los 70 como maestro del arte fotográfico, asistiendo a sus exposiciones colectivas e individuales, acudiendo a sus charlas educativas y leyendo sus artículos sabatinos en el Listín Diario. Los talleres en Casa de Teatro, impartidos con paciencia pedagógica, me proveyeron herramientas útiles cuando era un aficionado a los misterios de una tecnología que había viabilizado el registro de la imagen desde el siglo XIX.
Luego vendría una relación más personal, al colaborar en proyectos que nos unirían en el tiempo. En 1982, me correspondió dirigir el Museo del Hombre Dominicano, y desde esta plataforma cultural estrechamos lazos en la conceptualización y montaje de una exposición multimedia, cuyo núcleo consistió en una colección de fotografías de Wifredo García sobre la realidad de la frontera domínico haitiana. Textos de Manuel Arturo Peña Batlle, Freddy Prestol Castillo, Manuel Rueda, Lupo Hernández Rueda, descriptores del origen de esta franja divisoria y su accidentada historia, de una geografía contrastante y demografía semoviente, se amalgamaron con productos agrícolas, artesanías, ajuares domésticos, instrumentos de trabajo, altares religiosos, bebidas y alimentos, patrones arquitectónicos, propios de los pueblos que habitan esa franja.
La Frontera no sólo fue un exitazo -con la conjunción de múltiples talentos y la museografía de Isabel Mendoza y Pedro José Vega- al inaugurarse en la sede del MHD en la Plaza de la Cultura y permanecer para ser visitada por los escolares de la capital. Su impacto fue tal, que recorrió las cabeceras de provincia, alojándose en las gobernaciones, en los ayuntamientos, en locales universitarios y de entidades culturales, con una asistencia récord.
Bajo acuerdos de colaboración interinstitucional con el Museo del Hombre Dominicano, La Frontera traspasó los límites nacionales, iniciando un periplo internacional en la Galería de la Universidad de La Florida, en Gainesville. Desde allí la muestra se movió hacia otras instituciones culturales de Estados Unidos, entre ellas el Historical Museum Southern Florida de Miami. Recuerdo que al realizar los arreglos con Helen Safa, directora del Centro de Estudios Latinoamericanos de la universidad, Wifredo planteó que el juego original de fotos y paneles se había maltratado durante su traslado por los cuatro puntos cardinales de la geografía dominicana. MAS INFO... DIARIO LIBRE
Le conocí en los 70 como maestro del arte fotográfico, asistiendo a sus exposiciones colectivas e individuales, acudiendo a sus charlas educativas y leyendo sus artículos sabatinos en el Listín Diario. Los talleres en Casa de Teatro, impartidos con paciencia pedagógica, me proveyeron herramientas útiles cuando era un aficionado a los misterios de una tecnología que había viabilizado el registro de la imagen desde el siglo XIX.
Luego vendría una relación más personal, al colaborar en proyectos que nos unirían en el tiempo. En 1982, me correspondió dirigir el Museo del Hombre Dominicano, y desde esta plataforma cultural estrechamos lazos en la conceptualización y montaje de una exposición multimedia, cuyo núcleo consistió en una colección de fotografías de Wifredo García sobre la realidad de la frontera domínico haitiana. Textos de Manuel Arturo Peña Batlle, Freddy Prestol Castillo, Manuel Rueda, Lupo Hernández Rueda, descriptores del origen de esta franja divisoria y su accidentada historia, de una geografía contrastante y demografía semoviente, se amalgamaron con productos agrícolas, artesanías, ajuares domésticos, instrumentos de trabajo, altares religiosos, bebidas y alimentos, patrones arquitectónicos, propios de los pueblos que habitan esa franja.
La Frontera no sólo fue un exitazo -con la conjunción de múltiples talentos y la museografía de Isabel Mendoza y Pedro José Vega- al inaugurarse en la sede del MHD en la Plaza de la Cultura y permanecer para ser visitada por los escolares de la capital. Su impacto fue tal, que recorrió las cabeceras de provincia, alojándose en las gobernaciones, en los ayuntamientos, en locales universitarios y de entidades culturales, con una asistencia récord.
Bajo acuerdos de colaboración interinstitucional con el Museo del Hombre Dominicano, La Frontera traspasó los límites nacionales, iniciando un periplo internacional en la Galería de la Universidad de La Florida, en Gainesville. Desde allí la muestra se movió hacia otras instituciones culturales de Estados Unidos, entre ellas el Historical Museum Southern Florida de Miami. Recuerdo que al realizar los arreglos con Helen Safa, directora del Centro de Estudios Latinoamericanos de la universidad, Wifredo planteó que el juego original de fotos y paneles se había maltratado durante su traslado por los cuatro puntos cardinales de la geografía dominicana. MAS INFO... DIARIO LIBRE
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