Además, se descubrió, en todos los casos estudiados, que la carne del animal se presentaba como de especies más deseadas y caras que lo que realmente eran.
La investigación fue iniciativa de dos adolescentes estadounidenses que pudieron desarrollarla con la ayuda de un laboratorio canadiense.
Cuando Kate Stoeckle y Louisa Strauss, de 18 y 17 años, respectivamente, decidieron acudir a restaurantes y supermercados de Nueva York para comprobar genéticamente si los pescados que servían eran realmente el producto anunciado, nunca sospecharon que los resultados pudiesen ser tan reveladores.
En efecto, lo que estas dos adolescentes descubrieron con la ayuda de la biblioteca del Sistema de Información del Código de Barras de la Vida de la Universidad de Guelph (Canadá) es que el 25 por ciento de lo vendido no corresponde a lo que ofrecen.
"Durante años, el tema de conversación en mi casa a la hora de la cena ha sido el trabajo de mi padre, Mike Stoeckle, un científico especializado en la clasificación genética de aves", explicó a 'Efe' Kate.
"Así que mi amiga Louise y yo nos decidimos a utilizar la misma idea para saber qué pescados estamos realmente comiendo", añadió la joven.
Las dos adolescentes empezaron a acudir a los populares restaurantes de "sushi" -comida japonesa- y supermercados de Nueva York para obtener las muestras de su pequeño experimento.
"Pedíamos la comida y nos la llevábamos a casa. Tomábamos muestras del pescado, las conservábamos con alcohol y las enviábamos a la Universidad de Guelph", explicó.
Al final, el Instituto de Biodiversidad de Ontario en la universidad canadiense recibió 60 muestras procedentes de 14 restaurantes y supermercados neoyorquinos. Y los resultados fueron más que reveladores.
Un total de 14 de las 56 muestras de las que finalmente se pudo extraer el código genético resultaron ser algo totalmente distinto a lo vendido.
Por ejemplo, un rollito de "sushi" que debía contener el preciado atún blanco era en realidad tilapia de Mozambique (también conocida como perca del Nilo), un pez común que normalmente se produce en explotaciones de acuicultura.
En otro restaurante, lo que el menú vendía como "Salmonete rojo del Mediterráneo" era en realidad un pez caribeño.
Siete de nueve filetes comprados en supermercados y que deberían haber sido pargo rojo (también conocido como mero rojo) eran cualquier otra especie menos esa, desde perca del Nilo hasta Sebastes fasciatus, una especie en peligro de la costa del Atlántico canadiense.
A pesar de que los errores de etiquetado siempre perjudicaron al consumidor, Louise, Kate y su padre se frenaron a la hora de utilizar el término "fraude" a la hora de catalogar lo sucedido.
"No sabemos si el error de etiquetado se produjo al llegar al restaurante o en el mercado o al salir de los barcos", explicó Mark Stoeckle.
Por su parte, las dos jóvenes escribieron en su estudio que "no sabemos con certidumbre dónde se produce el etiquetado erróneo; pero no parece que sean los pescadores, ya que los peces equivocados proceden de partes totalmente diferentes del mundo".
Por ello, han decidido no revelar públicamente el nombre de los establecimientos.
De lo que si están más convencidos es que la publicación del estudio de las dos adolescentes -que aparecerá en septiembre en la revista científica 'Pacific Fishing'- es una llamada de atención al sector pesquero y alimentario, porque con las nuevas herramientas científicas es fácil descubrir este tipo de fraudes."Creemos que se deberían hacer pruebas regulares del ADN de los pescados para asegurar que los consumidores se llevan lo que están pagando y que las especies protegidas no están siendo vendidas de forma ilegal", explicó Louisa Strauss.
La investigación fue iniciativa de dos adolescentes estadounidenses que pudieron desarrollarla con la ayuda de un laboratorio canadiense.
Cuando Kate Stoeckle y Louisa Strauss, de 18 y 17 años, respectivamente, decidieron acudir a restaurantes y supermercados de Nueva York para comprobar genéticamente si los pescados que servían eran realmente el producto anunciado, nunca sospecharon que los resultados pudiesen ser tan reveladores.
En efecto, lo que estas dos adolescentes descubrieron con la ayuda de la biblioteca del Sistema de Información del Código de Barras de la Vida de la Universidad de Guelph (Canadá) es que el 25 por ciento de lo vendido no corresponde a lo que ofrecen.
"Durante años, el tema de conversación en mi casa a la hora de la cena ha sido el trabajo de mi padre, Mike Stoeckle, un científico especializado en la clasificación genética de aves", explicó a 'Efe' Kate.
"Así que mi amiga Louise y yo nos decidimos a utilizar la misma idea para saber qué pescados estamos realmente comiendo", añadió la joven.
Las dos adolescentes empezaron a acudir a los populares restaurantes de "sushi" -comida japonesa- y supermercados de Nueva York para obtener las muestras de su pequeño experimento.
"Pedíamos la comida y nos la llevábamos a casa. Tomábamos muestras del pescado, las conservábamos con alcohol y las enviábamos a la Universidad de Guelph", explicó.
Al final, el Instituto de Biodiversidad de Ontario en la universidad canadiense recibió 60 muestras procedentes de 14 restaurantes y supermercados neoyorquinos. Y los resultados fueron más que reveladores.
Un total de 14 de las 56 muestras de las que finalmente se pudo extraer el código genético resultaron ser algo totalmente distinto a lo vendido.
Por ejemplo, un rollito de "sushi" que debía contener el preciado atún blanco era en realidad tilapia de Mozambique (también conocida como perca del Nilo), un pez común que normalmente se produce en explotaciones de acuicultura.
En otro restaurante, lo que el menú vendía como "Salmonete rojo del Mediterráneo" era en realidad un pez caribeño.
Siete de nueve filetes comprados en supermercados y que deberían haber sido pargo rojo (también conocido como mero rojo) eran cualquier otra especie menos esa, desde perca del Nilo hasta Sebastes fasciatus, una especie en peligro de la costa del Atlántico canadiense.
A pesar de que los errores de etiquetado siempre perjudicaron al consumidor, Louise, Kate y su padre se frenaron a la hora de utilizar el término "fraude" a la hora de catalogar lo sucedido.
"No sabemos si el error de etiquetado se produjo al llegar al restaurante o en el mercado o al salir de los barcos", explicó Mark Stoeckle.
Por su parte, las dos jóvenes escribieron en su estudio que "no sabemos con certidumbre dónde se produce el etiquetado erróneo; pero no parece que sean los pescadores, ya que los peces equivocados proceden de partes totalmente diferentes del mundo".
Por ello, han decidido no revelar públicamente el nombre de los establecimientos.
De lo que si están más convencidos es que la publicación del estudio de las dos adolescentes -que aparecerá en septiembre en la revista científica 'Pacific Fishing'- es una llamada de atención al sector pesquero y alimentario, porque con las nuevas herramientas científicas es fácil descubrir este tipo de fraudes."Creemos que se deberían hacer pruebas regulares del ADN de los pescados para asegurar que los consumidores se llevan lo que están pagando y que las especies protegidas no están siendo vendidas de forma ilegal", explicó Louisa Strauss.
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